Toluca,
Estado de México.- La historia de la música, de los logros sociales a través de
los instrumentos, la transformación de vidas con las notas musicales es parte
de una labor constante de personas apasionadas cuyo objetivo es engrandecer los
espíritus por medio del arte.
Así
comienza la historia del Doctor Laszlo Frater Hartig, músico nacido en
Budapest, Hungría, hace 71 años, y quien desde pequeño supo que su vida estaría
consagrada a la música, primero por la dinastía de profesionales chelistas de
la que descendía y, después, porque descubrió en el violonchelo una compañía
inseparable.
“Yo
provengo de una familia tanto de padre como de mi madre de músicos. Dentro de
la familia más amplia había cuatro chelistas, violonchelistas, mi tío materno
Tibor Hartig fue mi primer maestro, él era un reconocido violonchelista y
maestro en la afamada academia Franz Liszt, de Budapest”.
Con la
energía que lo caracteriza, Laszlo, de voz fuerte e inigualable acento húngaro,
recuerda que “desde niño estaba rodeado de la música, muy en particular del
violonchelo, que tocaba mi tío, mi tía Ana Hartig y una sobrina mía; ellos ya
se me adelantaron, yo soy el último chelista de Frater Hartig con vida”.
Corrían los
años de la revolución que, durante tres días realizó el ejército comunista ruso
sobre Hungría, cuando la familia de músicos Frater Hartig, se vio obligada a
huir de su hogar.
“El tercer
día tuvimos la oportunidad de huir al Occidente por la única frontera que
todavía estaba abierta donde pudimos escapar, fue Yugoslavia, al sur, donde
realmente era muy traumático en media noche en aguacero, lloviendo, llegando a
la frontera, yo cargando el chelo, no tuve obviamente el chelo con un estuche
duro como hoy, sino de tela y cargando me caí varias veces, una de ellas me caí
y rompí el chelo en pedazos, pero yo lo seguía cargándolo”.
Ante estas
vicisitudes y con el espíritu de salvar la vida y con ella su instrumento,
Laszlo comparte que durante muchos años vivió esa pesadilla que le dejaron las
armas y fue en la música que encontró refugio y paz.
En la
forzada huida, su chelo, fiel compañero de vida, quedó destrozado, por lo que
Laszlo lo trató como tal, dándole digna sepultura.
“Para
muchos niños, al romper su instrumento bajo tales circunstancias hubiera sido
el fin de su promisoria carrera de tocar el chelo, para mí era el renacimiento
de mi amor para este instrumento, al día siguiente yo le pedí a mis papás que
hiciéramos un entierro formal para mi chelo”.
Así, la
familia que buscaba un hogar, se trasladó de Yugoslavia a Alemania Federal,
cerca de Frankfurt. Allí fue admitido, a muy temprana edad, en el Conservatorio
de Música y, tocaba tan bien el chelo que, con 12 años, fue inscrito al
Concurso Europeo de Juventudes Musicales, del cual, por supuesto fue el
indiscutible ganador.
Gracias a
este premio y a su talento, Laszlo Frater tuvo la posibilidad de estudiar
durante un año con el personaje más sublime del violonchelo del siglo XX, Pablo
Cassals, quien era ya un señor grande y vivía en Prades, al sur de Francia.
“Yo como
niño, aprovechando esta increíble oportunidad de estudiar con este hombre más
distinguido, tuve que viajar solo de Frankfurt, quincenalmente para una clase
con el maestro Cassals, que era la vivencia de mi vida”.
Continuó
sus estudios hasta culminar una maestría en el Conservatorio de Frankfurt y
posteriormente fue invitado por el maestro Janos Starker, gran chelista del
siglo XX, para asistir a la afamadísima escuela de música de Indiana,
University School of Music. Llegó como estudiante, luego asistente personal y
finalmente fue profesor asistente.
“Paralelo a
mis estudios de posgrado, yo viajé mucho para dar conciertos en diferentes
partes de Sudamérica desde Argentina para arriba. Un día, mi maestro en un
invierno se enfermó tuvo problemas con pulmón, neumonía, entonces, como yo
tocaba el mismo repertorio que él y había un concierto programado en México, me
dijo: vas a venir a suplirme. Me enamoré en estos días de las montañas, de las
mares, de las bellezas geográficas de México”.
El año de
1976 fue que Laszlo regresó a México, después de haber terminado sus estudios y
formó parte de la Orquesta Sinfónica del Estado de México (OSEM), como primer
violonchelista.
En 1988,
Miguel de la Madrid le otorgó la Condecoración del Águila Azteca como fruto de
su desempeño y contribución a difundir el arte musical en México.
Además, fue
nombrado asesor cultural de gobernadores, particularmente con Mario Ramón
Beteta e Ignacio Pichardo Pagaza, este último quien se encargó de crear un
grupo de intelectuales para fundar la Escuela de Música de primer nivel y poder
atender el extraordinario talento con que cuenta la juventud mexicana.
Dando
continuidad a su labor como músico y sintiendo el deber de buscar el derecho a
la profesionalización de las y los mexiquenses en la música, fundó, en 1991,
impulsado por el Gobierno del Estado de México, el Conservatorio de Música de
la entidad, institución que dirige desde entonces.
Al inicio
contó con 110 alumnos, 12 maestros y 10 administrativos: Hoy son 850 alumnos y
120 maestros, de sus filas han egresado especialistas que han ganado concursos
internacionales, ellos han llegado muy alto y son la razón que catapulta al
COMEM en la vanguardia de la educación musical en México y el gran orgullo del trabajo
y dedicación de Laszlo.
“Aprovecho
toda la experiencia que Dios me permitió como músico en los más distinguidos
conservatorios del mundo, europeos, americanos, canadienses, y con esta idea de
aplicar lo mejor que yo sé, y lo mejor que yo he recibido pagarle todo mi
afecto y cariño que he recibido de México”, finalizó.
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