TORTILLAS AZULES



Me vi en un patio, al que ya he ido antes, en otro tiempo y quizás, en otro cuerpo. La casa es azul cielo, le da la espalda al Este y lo que parece la puerta principal está mirando al Sur. El patio no me gusta mucho, parece estar muy aparte, como algo ajeno.

Siendo el azul cielo mi color favorito, aquí no me gusta, se ve sombrío, pardo, azul viejo, descuidado. Entre mis recuerdos, hasta parece que estoy en la casa de Don Raspa, un señor ya difunto, que me caía re gordo, compadre de mi abuelo. Su casa siempre estuvo pintada de rosa pastel con ese azul que ahora me resulta insoportable. Me anima a quedarme la tibieza de la tarde, lo raso del cielo promete que vendrá un atardecer radiante, carmesí aterciopelado, como los que miraba cuando era niña.

Además, escucho mi nombre pero no veo a nadie, aguardaré junto a la mesa que está pasando el pequeño barandal que separa este patio, a ver quién llega.



En la mesa hay un gato, grandote, gris, atigrado, ¡vaya tamaño! de veras parece tigre. Se subió a la mesa todo chípil y luego, luego, jaló conmigo, ronronea sobre mi plato vacío, que no sé por qué es mío y no sé hasta cuándo me darán de comer. A lo lejos huele a tortillas hechas a mano, ya hasta veo entre el aroma cómo se cuece la tortilla, apostaría a que las están echando sobre un comal de barro y con tantita suerte, hasta son de maíz azul, mis favoritas.



Ahora que me fijo, quién sabe qué hago aquí, no veo más invitados, yo vine porque me llamaron, pero tampoco supe quién me llamó, a ver si no me dicen ‘muerta de hambre’, ni modo, ya ni cómo esconderme, la niña que está del otro lado de la mesa, nomás se me queda viendo…

De veras que es desesperante no saber qué hace uno en un lugar extraño; escucho el jolgorio dentro de la casa, se oyen personas que ríen, otros como que quieren llorar pero de gusto, como si tuvieran un chingo de no verse, otros hablan de leyendas que contaban mis abuelos, como aquella de la Chocacíhuatl mejor conocida como La Llorona, la del nahual, la del Charro Negro y doña Pascuala Aguilar, la señora más rica en el pueblo de Tocuila de allá por los años de la revolución. Hablan de los linderos de Chapingo y el camino de la monera; de los pozos y el temporal, ¡hasta nombran a mis abuelos! ¿Son ellos? No, cómo va ser, eso ni soñando…



Ay pinche gato, no lo puedo bajar, ni caso me hace, hasta parece que ni le hablo. ¡Infeliz! Tiene hartas pulgas, a ver a qué horas me pican, donde que parezco imán de pulgas.

¡Ándale gato, bájate de la mesa! ¡Zape!... ¡Pinche gato burro!



El viento ya arreció y hay tierra suelta, la mesa ya está bien sucia y ‘ora más pior’ hasta un chingado perro anda por acá, ¿de quién será? El aire que se cuela entre los recovecos del patio, silba despacio, entrecortado, acarreando el rechinar de puertas y los quejidos de otros perros, que todavía son cachorros, ¿serán de aquí? ¿Por qué estarán chillando tan feo? Como que aúllan y se duelen de algo. Dicen que cuando los perros se quejan de ese modo es porque ven a los muertos, y por acá, lo único muerto es el ambiente que por más boruca que se oiga, sigo sin ver a nadie además del gato, la niña y los perros, ¿les pasará algo? Mejor voy a ver, por ahí me asomo y quien quite y conozco a alguien o me entero de qué es el convite y si hallo las tortillas, pues me quedo…

Al cabo de unos pasos mi escenario cambia. ¡A la madre! ¡Qué gente tan puerca! Aquí parece chiquero de marranos y la puerta que da al sur, no es la entrada principal, es la puerta trasera por donde se llega al corral, ¡con razón nadie atiende! 

Estoy del lado equivocado, éstas porquerizas son de lo peor, todo el lodo podrido está carcomiendo el adobe de la casa, ¿qué no se darán cuenta? Aquí abunda el lodazal, majada y hartas moscas morteras, pobres perritos, ¡quién jijo de la chingada los vendría a dejar aquí!

-Bueno cachorritos ya los saqué, espero no se atoren por otro lado, y no den lata-

Vaya, ahora no puedo abrir la puerta del corral, ¿será que si regreso a donde estaba el gato, estará por ahí alguna entrada a la casa? Voy a ver…

¡Ah cabrón! ¿Y los perros? ¿Qué les pasó a los chiqueros? ¿A poco rodee por otro lado? Si me parece que es por aquí por donde estaba el gato y la mesa y la niña. No recuerdo que estuvieran tan gastadas las paredes… y, ¿dónde quedó el barandalito que separaba el patio trasero del corral? Parece que entre los adobes viejos hay una grieta, a ver si quepo…



Veo que no fue tan difícil pasar, pero quedé toda entierrada. ¡Umm! Huelen bien rico las tortillas y se me hace que si son azules, hasta se me figura que me las está haciendo mi tía Carmen, mi viejita, ni la he ido a ver, quién sabe cómo estará.



Bueno y de quién será está casa, está todo tirado y polvoriento, las herramientas ya están oxidadas, se ve como que no vive nadie o de plano abandonaron sus cosas. No creo que se hayan sacado la lotería, todo esto de aquí vale, de menos las hubieran vendido. O quién sabe, con eso de que es de adobe, dirán los dueños que ya para qué la arreglan, si ya es antigua…

Creo que por este recoveco se llega al interior de la casa y, ¡qué feos están los cuartos! De las paredes se desprende un olor a viejo, entre humedad y olvido, todo a oscuras. Trastes, trapos, macetas vacías y herramientas tiradas por todos lados. En el patio de aquí luego, huele a flores pero no veo ninguna.

Tantito más allá se ve una humareda, segurito es donde están cociendo las tortillas, a ver voy…  ¡Dicho y hecho!



-¡Con razón no las miraba señoras, si están hasta acá!

-A ver si le gustan las tortillas azules



-¡Cómo no, si son mis favoritas! Con semejante aironazo se les va apagar la lumbre, ¿ya mero acaban?

-Ya mero acabamos, pero si no nos apuramos nos agarrará la noche. Ándale Rosa, ¡atízale al tlecuil!



-Si quieren les ayudo a voltear, porque echarlas no sé, nunca aprendí ni creo aprender, lo único que sé hacer son tlacoyos.

-¿Oíste eso mana? ¡Hasta se me pusieron los pelos de punta!



-¿A quién le hablas Rosa, a mí?

-Por eso te digo que te apures Rosa, que ya es bien tarde, ándale ya son las últimas, apúrale y nos vamos.



-Yo pensé que harían más, oigan señoras y de quién es la fiesta que yo nomás oí mi nombre y me vine a meter, pero no veo dónde es la comida. ¿Quieren que me lleve algo? ¿Por qué me ignoran? Solo díganme de quién es la casa o quién vive aquí para hacerme presente, total no pasa de que si la casera no me conoce pues me corra y ya. De paso díganme dónde estoy, porque en mi pueblo, ya me hubieran invitado una cuba o una chela, hasta un vaso de pulque.

Bueno ya me cansé de hablarles, aunque su conducta ha sido grosera algo me decía que no lo hicieron por molestar, ambas palidecieron y como de rayo alzaron todo y me pasaron a dejar.

Ahí voy tras de ellas, de regreso a la casa vieja… ¡Ah chinga! Ahora la casa está llena de flores y no huele a nada; además está toda limpiecita, con adornos multicolores, tiras y tiras de papel picado. Todo se mira nuevo, hasta las escobas de popotillo y tepopote.

Lo extraño es que sigo escuchando las voces de mucha gente, y… ya las vi, pero si están formadas para entrar y huele a copal, ¿será que vino un santito?

No recuerdo esta mesa que ahora me impide el paso, ¿por dónde me formo si no puedo ir para aquel lado? Pensé en pasar por debajo pero está un petate nuevo con viandas dispuestas para varios invitados. Por un lado y otro de la mesa hay bolsas de mandado, chiquigüites y ayates…



Ahí viene Rosa y su hermana, ojala no me hagan el feo otra vez.



-A ver si le gustan las tortillas, son de maíz azul, alguien de su familia nos dijo que le gustaban azules. Y la servilleta es nueva, bordada con punto de cruz…

-Sí, si me gustan, ya les dije que son mis favoritas, pero díganme algo, por qué lloran y cómo le hago para ir del otro lado, con ustedes.



-No puede, usted no puede…

-¿Por qué no? ¿Y ahora si hablarán conmigo?



-Sí, solo mientras dura el incienso.

-Ta güeno, pero ¿cómo le hago para ir con ustedes?



-No se puede, no se puede… ¡Por Dios, ya no se puede! Dile tú Rosa, dile que ya no se puede…

-¿No puedo ir? Es porque ya no soy como ustedes ¿verdad?...



Ya no hicieron falta palabras, las sombras de la media tarde, el camino de flores, los candelabros, el sahumador, mi retrato y las lágrimas en sus ojos,… me lo dijeron todo.



Es el día de muertos y yo soy parte de los invitados.

Autor: Rocío A. Ayala Pimentel

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