Por Juan Carlos Castrillón
Y mientras las cosas se caían a
pedazos nadie prestaba mucha atención. -David Byrne
Hace casi 100 años el líder del
movimiento suprarealista, el poeta francés André Breton tuvo una grave premonición
al escribir lo siguiente: El acto surrealista más simple consiste en salir a la
calle con un revólver en cada mano y, a ciegas, disparar cuanto se pueda contra
la multitud. Quien nunca en la vida haya sentido ganas de acabar de este modo
con el principio de degradación y embrutecimiento existente hoy en día,
pertenece claramente a esa multitud y tiene la panza a la altura del disparo. En ese momento, Bretón fue duramente
criticado, censurado, y finalmente satanizado por estas palabras que a muchos
hipócritas parecieron excesivas. Hoy, después de décadas de degradación
capitalista, las mismas palabras nos escupen en el rostro estupefacto de
tragedias cotidianas. Han sido tantos los casos de psycokillers(asesinos
psicópatas), serial killers(asesinos seriales) y mass murderers (asesinos de
masas) a nivel mundial-sobre todo en países industrializados con EUA a la
cabeza- que ya hasta existe una "cultura" relativa al vergonzoso
tema: libros, películas, revistas, canciones, discos, programas de televisión,
juegos de video, blogs, y páginas de internet dedicados no a analizar
precisamente estos fenómenos, sino, muchas veces a exaltarlos e incluso hacer
apología de ellos. Como expresa el poeta sioux John Trudell en uno de sus
textos: En la Cultura de la Muerte el asesino serial es el chamán, el sumo
sacerdote.
Estos patéticos individuos se
convierten en íconos de una sociedad asqueada hasta el hartazgo de su propia
inmundicia. Es en el siglo XX-un siglo devastado medularmente por la codicia
imperialista- donde se da el auge de este tipo de hechos psociópatas y se
vuelven un gran éxito popular debido a la enfermiza explotación del morbo de
las masas a cargo de los medios masivos de comunicación siempre obsesionados
con vender. Así, nefastos personajes como Charles Manson, Ed Gain, John Wayne
Gayci, o Ted Bundy, entre otros demasiados, son superestrellas. Obvia prueba de
ello es el experimento musical del gringo Brian Warner, mejor conocido como
Marylin Manson; donde el nombre de cada uno de los miembros del grupo es una
combinación de una celebridad y un psycokiller, ejemplo Twiggy Ramírez-mezcla
de Twiggy, la modelo inglesa de los 60, y Richard Ramírez, el acosador
nocturno-etc. La enfermedad social es profunda, terminal, y se va expandiendo.
El caldo de cultivo está, como explica el escritor Jesús Palacios en su
estupendo libro Psicokillers Anatomía del Asesino en Serie: La decadencia, el
lujo, el exceso, conceptos unidos todos al de aristocracia y riqueza, parecen
el mejor caldo de cultivo para las personalidades psicóticas y sociópatas de
los asesinos en serie, que podrían además ejercer su dulce trabajo al amparo de
un dinero y poder casi absolutos.
Esta sociedad asquerosa, dividida en grotescas
clases sociales, dominada hasta la más absurda cosificación de la vida por la
ganancia económica; este suicida sistema que trafica con la salud de los bebés,
que desaparece jóvenes estudiantes al por mayor, que tortura, encarcela, viola,
roba, esclaviza y mata a los más débiles, a los que no pueden defenderse, esta mera
costumbre-tradición-superstición antropófaga impuesta por las armas denominada
Sistema Capitalista, ha creado su propio verdugo, su verdugo familiar, celular;
depredador innato de su propia especie por puro placer: el psycokiller, trágico
suicida histérico -se extermina a sí mismo en otros- padecedor resignado del
síndrome de Eróstrato-explicado por Jean Paul Sartre en célebre cuento de su
libro El Muro-, devastador de la vida en el planeta, sangrienta metáfora de la
degradación humana. Para tratar de entender a profundidad este doloroso tema
debemos regresar a películas como De Mayor Quiero ser Soldado del director
español Christian Molina, donde atestiguamos el proceso de monstruización de un
pequeño belicista obsesionado con las armas y la guerra. O la terrible
novela-también llevada al cine-titulada Tenemos que Hablar de Kevin de la
autora estadounidense Lionel Shriver, que nos muestra detalladamente el proceso
de un adolescente que terminará cometiendo una masacre que incluye a su propia
familia.
En Canciones de los Niños Muertos el
inglés Toby Litt narra las siniestras maquinaciones de una pandilla
protofascista de tres infantes, cuya tercera regla es vivir para matar, matar
para vivir. Así describe a su protagonista de 13 años: Andrew era un experto en
matar, y como todos los expertos, tenía sus preferencia. De hecho, Andrew creía
que el método empleado para matar a cada animal respondía a una lógica
definida:los animales blandos(ranas, sapos) por aplastamiento; los
inflamables(ardillas, patos) por fuego; los depravados( ratas, gatos) con
extrema crueldad; los comunes (conejos, palomas) sin demasiados aspavientos ni
elaborados prolegómenos; los animales pequeños (ratones, ratones de campo y
lirones), que formaban una categoría propia, morían estampados contra los
ladrillos de los muros. Aquella era la forma más violenta de matarlos.
La extinción del semejante se
convierte en el excitante deporte extremo para una generación de zombies y
vampiros alienados y hambrientos de emociones fuertes que les hagan sentir que
están vivos. Una sociedad donde existe algo tan degradante como el cine Snuff,
o el comercio de órganos, o el tráfico sexual de menores, es una sociedad que
debe morir, que de hecho ya está muerta y apesta insufriblemente, y por lo
mismo debe ser superada.
En su breve pero perturbadora novela
Locura Desenfrenada (donde un grupo de pubertos de clase media alta asesina
metódicamente a sus propios padres) J. G. Ballard advierte: El mismo
desprendimiento esquizofrénico de la realidad puede observarse en los miembros
de la pandilla Manson, en Mark Chapman y Lee Harvey Oswald y en los guardias de
los campos de muerte nazis. Uno no siente simpatía hacia Manson y los demás,
puesto que para ellos existía una alternativa, pero para los muchachos de Pangbourne
no la había. Incapaces de expresar sus propias emociones o de responder ante
las emociones de las personas que los rodeaban y sofocados bajo un manto de
elogios e incentivos, estaban atrapados para siempre dentro de un universo
perfecto. En una sociedad totalmente cuerda, la locura constituye la única
libertad.
Bret Easton Ellis alcanzó una notoria
celebridad después de publicar su libro Psicosis Americana, en el que realiza
una irónica vivisección de los neoliberales años 80 en Nueva York, profetizando
el profundo abismo posmoderno-especializado en la fragmentación, la demolición
y la chatarrización de todo- que nos aguardaba, hace decir a su personaje
principal el insoportable yuppie Patrick Bateman, abriendo su torturada psique:
Me resulta difícil tener sentido en un
determinado nivel. Mi yo es algo fabricado, una aberración. Soy un ser humano
no contingente. Mi personalidad es imprecisa y está sin formar, mi inhumanidad
es profunda y persistente. Mi conciencia, mi piedad, mis esperanzas desparecieron
hace tiempo (probablemente en Harvard), si es que existieron alguna vez. ¿El
mal es algo que uno es? ¿O es algo que uno hace? Mi dolor es constante e
intenso y no espero que haya un mundo mejor para nadie. De hecho quiero que mi
dolor les sea infligido a otros. No quiero que nadie escape.
Para ampliar aún más la espeluznante
información también recomiendo el documental-fundamental- Masacre en Columbine,
de Micheal Moore, un valiente documento de la insania primer mundista; y en lo
musical el maníaco album de 1996 de Nick Cave and the Bad Seeds titulado Murder
Ballads. Y claro, mi ensayo El Infanticida Tradicional.
Además del dolor generalizado que de
por si representan los asesinatos y el suicidio cometidos por un estudiante de
15 años en una secundaria de Monterrey, lo más insoportablemente asqueroso son
las bobaliconas declaraciones de los funcionarios de todos los niveles de
gobierno, ya regurgitadas del lugar común de decenas de discursos de pésame de
presidentes asesinos. ¿Por qué no mejor cierran su hocicote? ¿Por qué ese
afán-también patológico-de hacer el ridículo?
El robo infame que representa la
propiedad privada, la injusticia intrínseca y la indignante concentración de la
riqueza en manos de una enferma minoría condicionan negativamente el futuro de
la especie. En pregunta cuestionada por Truman Capote en su clásico A Sangre
Fría-la novela sin ficción iniciadora del género del serial killer en la
literatura-: ¿Por qué aquel hijo de puta había de tenerlo todo y él nada? ¿Por
qué había de tener toda la suerte aquel "puñetero de mierda" y él
ninguna? Solo con un cuchillo en la mano, él, Dick, tenía el poder.
De igual forma resulta insoportable el
"análisis" infantiloide que hacen los medios-expertos en inventar
seductores castillos de arena en el aire que ya nadie cree, salvo ellos mismos-
por décadas han conservado el mismo discurso-científicamente comprobado como
inexacto-de buscar culpables, chivos expiatorios para restar responsabilidad a
la cultura de la muerte y la violencia de una organización social estertorada
por una clase parasitaria y a la titánica crisis espíritual-económica, social,
etc...-a la que nos condena el modo de producción capitalista. En los 40 y 50
fueron los comics, luego el cine, la pornografía, la depresión, el satanismo, la
música de Heavy Metal, los juegos de rol, los videojuegos, y ahora el internet.
Este análisis-dictado por la ideología dominante- es verdaderamente ínfimo,
miserable. Estas baratas falacias de rasgarse las vestiduras, enjugar las
lágrimas, y tratar de tapar el pozo cuando el niño ya está ahogado, son
inaceptables bajo cualquier concepto. Los programas anticonstitucionales como
el de "Mochila Segura" solo representan el endurecimiento de la
vigilancia del Estado y sus colaboradores represivos, y no contribuyen a
resolver nada, sino todo lo contrario.
En lo personal, en mi calidad de
profesor, he podido estar en contacto con todo tipo de escuelas y colegios, y
así he podido darme cuenta de que aquellas de mayor poder adquisitivo en
realidad son la peores; ya que ahí los alumnos consideran al maestro como un
empleado más, como a su chófer, guardaespaldas, o mayordomo; y en casa son
"educados" en la prepotencia y la ignorancia del dinero.
Termino, apropiándome las palabras de
Rafael Aviña en el prólogo de su libro El Cine Oscuro: Estamos ante un espejo
imaginativo tan procaz como inteligente y disparejo que intenta cuestionar la
brutalidad de la nota roja en un país donde imperan el miedo, la paranoia y la
injusticia, y donde la única pena de muerte en vigencia es para el ciudadano
común y corriente: usted y yo, que aún no cometemos asesinato alguno. Los
siguientes textos quizá puedan verse como una cruel humorada de sociedades híper
desarrolladas, frustradas y violentas, y quizá también como un aviso del
inminente colapso. Cuando el destino nos alcance tal vez sea demasiado tarde...
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